Desde pequeño siempre me gustó observar las estrellas; si, ya sé que por esta impresionante revelación no me van a incluir en el Guinnes de los freakis, y que este post quedaría mucho más interesante si confesase al ciberespacio que colecciono cadáveres enterrados en el jardín, o que he mantenido relaciones tórridas con la Jesulina sin ponerle la bolsa de rigor en la cabeza...lamento ser tan sumamente simple y previsible, pero mis aficiones sólo dan para una triste reseña sobre la soledad en noches de verano contemplando la inmensidad...
Como en otras muchas cosas, mi abuelo fue el culpable de que me diese por mirar hacia arriba en lugar de hacia abajo (creo que conservo desde entonces esta cara de despistado); quizás hubiera sido más provechoso e instructivo dedicar mi tiempo a la búsqueda de bellezas terrestres que a la de agujeros negros, a encontrar la perfección en una talla 90 más que en un sistema binario de estrellas...quizás si hubiese soñado con tener una Vespino en lugar de un telescopio, ahora estaría enseñándole dónde está la enorme Pollux a alguna rubia de curvas peligrosas (Nota para los malpensados: Pollux es una estrella); quizás sea verdad eso de que el destino está escrito en las estrellas, y el mío sea aguardar su llegada con la mirada puesta en un puñado de luces a distancias infinitas.
En aquellas noches de calor e insomnio, mi abuelo me enseñaba con paciencia el nombre de unas cuantas de aquellas estrellas que mágicamente nos arropaban; de entre todas, mis preferidas eran las integrantes de la Osa Mayor: disfrutaba localizando el famoso carro en el cielo, y mi imaginación de niño se encargaba de transportarme a millones de años luz subido a lomos de Mizar...
Con el paso del tiempo, las luces de neón de madrugadas solitarias fueron oscureciendo aquellos reflejos de la niñez; el imaginario paseo en carro en busca de la felicidad perdida tan sólo servía para constatar el vértigo que me producen las alturas, y el miedo a quedarme atrapado en aquella bellísima inmensidad sin posibilidad de retorno. La idea de partir a mundos lejanos en busca de nuevas ilusiones me fascinaba, pero la fuerza de la gravedad era más poderosa que mis deseos... ahí fuera, en lo desconocido, la Tierra seguiría siendo azul, pero este Mayor Tom de pacotilla se quedaría horrorizado si perdiera la comunicación con el Grand Control.
Pero la vida te da sorpresas; cuando mi viejo sueño de convertirme en un explorador celeste se desvanecía, y en la noche de mi vida el miedo a volar amenazaba con apagar el brillo de mis ojos, mi vieja amiga la Osa Mayor ha venido en mi ayuda...ha bajado de los cielos para secar mis lágrimas, para acunarme como un osito en las noches de invierno, para montarme en su lomo y llevarme a todos esos lugares por mi desconocidos en los que siempre soñé estar...ha venido para quedarse, para unir su mirada curiosa con la mía... para hacer realidad el sueño de un niño escrito en las estrellas.