Pssssss...hola....¿queda alguien ahí fuera? perdón por la tardanza en escribir, pero ya me van ustedes conociendo: si el futuro de la Humanidad dependiese de que yo publicase un post en el plazo de diez siglos, a estas alturas estaríamos todos criando malvas...ya saben que no me gusta dar explicaciones de mis actos (fundamentalmente porque no las tengo), pero espero que me comprendan...tras profundas y sesudas deliberaciones conmigo mismo, he llegado a la conclusión provisional de que mi desidia habitual responde a orígenes genéticos, lo que se podría traducir como que mi papaíto es el mayor vago al este del Rio Rojo, y en consecuencia, su vástago estaba predestinado a mantener el honor y el buen nombre familiar. La tradición es la tradición.
Y es que tengo una absoluta admiración por mi progenitor; han sido años de continua lucha por su parte, pero ya lo ha conseguido...ha alcanzado el nivel de ficus humano clase A (el nivel en el que se es capaz de fotosintetizar y todo); papuchi no necesita de yogas o meditaciones raras para alcanzar el nirvana, no...a él le basta con dejar caer sus posaderas en el sofá, poner cara de estar escuchando una conversación sobre la reproducción de las algas marinas y voilá: ahí tienen ustedes al Rey, al auténtico campeón mundial del estado cataléptico...yo hago mis pinitos en el tema, pero no conseguiré jamás alcanzar su nivel; de vez en cuando tengo que mover los pulmones para respirar, pero él ha desarrollado una técnica para subsistir a base de inhalaciones de Winston de contrabando imposible de igualar...y lo verdaderamente increíble es que no necesita entrenamiento; él es así, un verdadero fuera de serie. Te adoro, papi.
La verdad es que toda mi vida he intentado imitarle, aunque fuese inconscientemente; debe tratarse de uno de esos complejos raros que se inventan los psiquiatras para sacar pasta, pero desde pequeño ya buscaba su aprobación hasta en las más pequeñas cuestiones: aun recuerdo su cara de felicidad cuando su pequeño jugaba de portero cutre en el equipillo del barrio, y seguía perfectamente con mi mirada la trayectoria del balón cuando entraba en mi portería, mientras hacía la estatua con una maestría absoluta...sigue así, hijo mío; llegarás lejos-decía mi padre-, mientras mis compañeros de equipo no entendían mi arte flojeril y me arreaban con pedruscos en el páncreas. Incultos...
Mi padre también me enseño cómo tratar a las chicas...sobre todo, no te precipites-decía; y yo seguía sus enseñanzas a rajatabla: cuando una chica me sacaba a bailar (cosa que ocurría más o menos cada visita del cometa Halley), yo me plantaba en la pista con pose arrebatadora...daba un primer paso danzarín con la cancioncilla de turno, y dejaba tranquilamente que la chica disfrutara de mis encantos...cuando daba el segundo paso, 4.589 canciones más tarde, la chica se había casado, divorciado y tenía 2 hijos y un perro salchicha...
Y es que esto de ser un vago tiene su lado negativo, ¿saben? Hay que pagar un precio muy alto por vivir a menos revoluciones que los demás: no puedes ir por ahí con el coche a 528 km/hora insultando al que no te permite ir más rápido, ni comerte el almuerzo en 2 minutos porque te esperan en una reunión importantísima...ni siquiera te permite coger el móvil y el fijo a la vez mientras te aprieta el nudo de la corbata y te salen espumarajos por la boca, ni disfrutar del inmenso placer de moverte frenéticamente al compás de esa música tan bella propia de bakalas sensibles...ser un vago implica renunciar a todo aquello que la televisión dice que nos hace sentir vivos...no, no es nada fácil ser vago.
Qué sabio es mi padre.